domingo, 23 de enero de 2011

Tardes Verdes

Pasarás incontables tardes verdes, que muy probablemente vallas olvidando con el tiempo. Brindarás con amigos cada año, y darás tus buenos augurios y esperanzas en cada golpe de copas. Tendrás una casa con enredadera y cama de dos plazas. Aprenderás a levantarte temprano con gusto y a acostarte tarde con placer. Sabrás cocinar buenos guisos para invierno y habrá en tu heladera ensaladas de frutas, gelatina, champagne, helado de limón y frutilla para los veranos.
No dejará de haber sorpresas.
Buena fortuna la de este hombre; buena fortuna la de esta mujer. No saben a dónde van, apenas sí de dónde vienen. Buena fortuna haber tomado aquel micro que pinchó una goma en el medio da la nada pampeña y haber decidido rodar con sus propias patas, huir, escaparse, no arribar nunca el destino predeterminado. Buena buena, la luna que acoge sus almas, buena la alegría de esas pitaditas de magia y las rizotas entre besos rápidos y revuelcos junto a los bichos de luz. Un hombre. Una mujer. Tan amigos como amantes. Tan jóvenes. Tan bellos, locos, despreocupados, livianos.
Mira qué paz me da saber que no habrá cárceles para ti, que aprenderás a volar y a dormir sobre las hojas del otoño. Pasarán los años con la pena necesaria para ser feliz y aprender a vivir. En tu casa habrá dos gatos y películas, habrá maíz para hacer pochoclo y azúcar para ponerle caramelo. Aprenderás a amarla como es, no querrás quitarle nada, no querrás dejar de enloquecer. Y seguirás oyendo las melodías del rock, y tomándola por la cintura. Aprenderás a compartir tu alma, a querer al sol, a amar la tierra y quizás algún día vuelva a ti el recuerdo de tantas tardes verdes que habrás dejado justo detrás de tu suela talle 43.

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